Hoy, resulta difícil imaginar a un tucumano como don Wenceslao Posse. Vivió en tiempos duros, se jugó por sus convicciones y afrontó sin queja el destierro y los sacrificios. Cuando lo llamaron a la función pública, la llenó con honor y gobernó para todos. Y al mismo tiempo, fue un creador de riqueza y un filántropo. Parece demasiado pedir a un hombre que haga algo más.
Por eso, cuando el 19 de enero de 1994 se promulgó la ordenanza que bautizaba "avenida Wenceslao Posse" a la que fue pista del antiguo aeropuerto, quienes valoran el pasado de Tucumán lo sintieron como un homenaje más que merecido, aunque hubiera tardado tantos años en cristalizar.
Los "Libres del Sur"
Don Wenceslao nació en Tucumán el 28 de septiembre de 1817. Era hijo de Vicente Posse, fundador del ingenio San Vicente (del que sobrevive sólo la llamada "Chimenea mota" de Carbón Pozo) y de Sabina Talavera. Su abuela, Águeda Tejerina de Posse, queda en la historia por aquella proclama que dirigió en 1807 a las tucumanas, conminándolas a aportar auxilios para luchar contra los invasores ingleses de Buenos Aires.
Aprendió a leer y a escribir en la escuela que dirigía Felipe Bertrés. Sus padres tenían buena posición, pero él quiso forjarse una con sus manos. En 1833 partió, con su hermano Ramón, a la provincia de Buenos Aires. En Chascomús abrieron un negocio. Es sabido que allí estalló, en 1839, el movimiento contra Juan Manuel de Rosas que se conoce como la "Revolución de los Libres del Sur". El joven Posse se alineó resueltamente junto a los rebeldes y peleó en la batalla de Chascomús, del 7 de noviembre, donde el movimiento fue aplastado a sangre y fuego. Posse fue capturado y condenado a muerte. Se salvó por gestión de las señoras del pueblo, que obtuvieron la benevolencia del general Prudencio Rosas, hermano del dictador.
Vuelta a Tucumán
De todos modos, quedó clasificado como "salvaje unitario" y Chascomús empezó a parecerle poco segura. Liquidó el negocio y se volvió a Tucumán, con las ideas antirrosistas intactas. Invirtió las ganancias bonaerenses en propiedades que le produjeron buena renta. Pero otra vez la política golpeó su puerta, cuando los tucumanos se alzaron contra Rosas y constituyeron la Liga del Norte, en 1840. Posse no dudó en apoyarlos con todo.
Por eso, destrozada definitivamente la Liga al año siguiente, en la batalla de Famaillá, no tiene más remedio que emigrar. Su cabeza ha sido puesta a precio por los federales. A todo galope, cruza la frontera y se radica en Bolivia. Desde allí se casa, por poder, con su prima Tomasa Posse, con quien tendrá 10 hijos. Permanece en el exilio boliviano hasta 1845, año en que el gobernador Celedonio Gutiérrez autoriza su regreso.
El ingenio Esperanza
A poco de llegar a Tucumán, compra un cañaveral e instala un rudimentario ingenio. Le da el nombre de "Esperanza". También tiene una casa de comercio en la ciudad. Trabaja con ahínco y "Esperanza" va creciendo. En 1866, diez años antes de que llegue el ferrocarril, Posse trae a lomo de mula, desde el puerto de Buenos Aires, máquinas modernas para equipar su fábrica. Cuatro años más tarde, "Esperanza" es la más importante de las 46 que existen en la provincia, con "60 cuadras de caña, trapiche de fierro por agua y centrífuga a vapor", según informa Arsenio Granillo en su "Provincia de Tucumán".
Alrededor del ingenio se forma una pujante población. Además, Posse se diversifica en la ganadería. Instala las estancias "Yaramí" y "Alto de las Salinas", en el departamento Burruyacu, y "Agua Dulce" en el de Leales.
No desdeña la cosa pública y desde 1852 es miembro de la Sala de Representantes. Al declararse la Guerra del Paraguay, lo ponen al frente de un batallón de la Guardia Nacional. "En presencia de los atentados cometidos por el déspota del Paraguay, ultrajando nuestra bandera nacional, no he trepidado en aceptar", dice a Ángel Méndez en 1865, en la carta donde encarga la compra urgente de su uniforme de comandante.
El gobernador
Pero no llega a partir al frente, porque el 16 de febrero de 1866 lo eligen gobernador de Tucumán. "Acepto tan elevado puesto y, aunque lo considero superior a mis fuerzas, cuento con mi corazón tucumano y mi buena voluntad para alcanzar, por el trabajo y la constancia, el bienestar y la libertad para el país de mi nacimiento", manifiesta a la Sala.
Un dibujo de Lola Mora fija su rostro de esa época. Calvo con cerrada barba negra, cejas gruesas, ojos de mirada penetrante: el aire de alguien resuelto y seguro de sí mismo.
Desarrolla un mandato progresista. Crea 12 escuelas, y expresa a la Legislatura su extrañeza por "el descuido en la educación del bello sexo". Implementa un fondo especial para obras públicas; paga las deudas contraídas por Tucumán entre 1820 y 1853; vende el viejo local del Hospital para construir otro con su producido, y dotado de una sala para mujeres. Postula que se introduzca "el uso del crédito en las prácticas del Gobierno: es el gran motor del comercio, es la palanca de Arquímedes para el desarrollo de los Estados", sostiene.
Campaña y caída
Cuando en 1867 se alza la montonera en Cuyo, no titubea en montar a caballo y ponerse al frente del contingente movilizado de la Guardia Nacional de Tucumán. Deja como gobernador interino a Angel Arcadio Talavera. Ocupa Catamarca con parte de los guardias, mientras José María del Campo, con el resto, ocupa La Rioja. Terminada la campaña con el triunfo de las fuerzas nacionales en Pozo de Vargas, vuelve a Tucumán en abril y reasume el gobierno.
Durará sólo un par de meses desde entonces. El 30 de junio, lo derroca un golpe militar, encabezado por Octavio Luna y otros prominentes mitristas. Posse es arrestado y se lo fuerza a renunciar. Su nota de dimisión expresa que "el movimiento popular me ha convencido de que no tengo medios para dominarlo, estando la opinión uniformada por la terminación de mi gobierno". Quería evitar, además, "la efusión de sangre de hermanos y los quebrantos de la fortuna pública".
Temporada porteña
Se retira desde entonces a la vida privada, aunque de vez en cuando acepta encargarse de comisiones oficiales y no disimula su apoyo a los autonomistas nacionales de Adolfo Alsina. Se traslada a Buenos Aires por una larga temporada. Lo designan miembro de la primera Comisión Nacional de Obras de Salubridad. En el partido de Lobería empieza a explotar un campo de 10 leguas que ha adquirido, y al que bautiza románticamente "La Bella Eulalia".
A todo esto, "Esperanza" es ya un ingenio formidable. En 1895 tiene un capital de 1.000.000 de pesos. Su cañaveral se extiende a lo largo de 650 hectáreas, con 300 operarios permanentes y 500 en épocas de cosecha. Ese año produce más de 4 millones de kilos de azúcar y 370.000 litros de alcohol: llegará a elaborar 12 millones y medio de kilos, en la campaña de 1940.
Una escuela
En 1882, Posse dona al Consejo Nacional de Educación la entonces cuantiosa suma de 200.000 pesos, para edificar una escuela. Esta se levanta en la calle Suipacha 118, en pleno centro de Buenos Aires. En 1904 se la bautizará, con toda justicia, "Escuela Wenceslao Posse".
Al responder la nota de agradecimiento del Ministerio, don Wenceslao expresa que su aporte "no es un acto de abnegación", sino que "implica el cumplimiento de un deber". Recordaba que de niño, en Tucumán, recibió las lecciones de Bertrés, y que "en los bancos de esa escuela aprendí a trazar las primeras letras y los primeros números; y esos pocos conocimientos adquiridos entonces han sido la base del capital sobre el que he conseguido formar una pequeña fortuna".
Un día, cancela la época porteña y regresa a Tucumán. Los años han empezado a pesarle. Prácticamente se recluye en su gran caserón de la calle Laprida al 100, vereda del oeste, imponente por la fachada de dos puertas y los cuatro anchos balcones con balaustradas de mármol.
Formidable viejo
A las dos y media de la madrugada del 3 de enero de 1900, deja este mundo don Wenceslao Posse. Muere "de senectud", según el certificado médico. Tenía 82 años más que trajinados. Una fotografía tomada poco antes lo muestra, rodeado por familiares, con una boina en la cabeza y una mano sobre el bastón. El rostro es anciano, pero sigue expresando fuerza en la mirada alerta y brillante y en el mentón voluntarioso.
Un escrito de su yerno Pedro Alurralde, subrayaría los "rasgos acentuadamente vigorosos y la complexión varonil del viejo unitario", que "le daban entre sus contemporáneos cierta autoridad". Agrega que este "pionero de nuestras selvas incultas, era audaz en la concepción de sus atrevidos proyectos", e "incansable en el trabajo rudo". Y "de imaginación ardiente y frondosa como un andaluz, de tenacidad inflexible como un aragonés y de una honradez sin alardes inútiles como un gallego de buena ley, era indudablemente llamado a ser el fundador de una gran industria; y en efecto lo fue de la azucarera, que es hoy la industria nacional por excelencia".